No hay mayor feudo demócrata en la demócrata Nueva York que el Bronx, un barrio donde aproximadamente el 56% de los residentes es hispano y el 28% negro y donde cerca del 35% vive por debajo del umbral de la pobreza. Quizá por eso ningún candidato presidencial republicano se había molestado en acercarse para ofrecer un mitin desde que lo hiciera en el verano de 1980 Ronald Reagan, el último conservador que ganó aquí. Pero la sequía acababa este jueves.
En el parque Crotona Donald Trump ofrecía un rally ante varios miles de personas. No eran ni de lejos los 25.000 que su campaña aseguraba que habían acudido. Posiblemente no llegaban siquiera a los 10.000 y había abundante espacio una vez pasados los controles de seguridad. Y eran recibidos también por varios actos de protesta en los que participaron un par de centenares de personas, incluyendo algunos políticos demócratas y líderes sindicales.
Era, en cualquier caso, una asistencia significativa para tratarse de Nueva York. Trump lograba reunir a un público mucho más racialmente diverso que el que suele verse en sus mítines. Y en el Bronx, donde en 2016 no llegó a obtener el 10% de los votos y en 2020 elevó ese apoyo al 16%, el candidato que en las seis últimas semanas ha tenido que regresar a la ciudad que ha cambiado por Florida para someterse a un histórico juicio penal, trataba de apuntalar los avances que los sondeos muestran que está cosechando ahora entre negros y latinos.
Según una encuesta de marzo de ‘The New York Times’ y Sienna College, obtendría en el duelo en noviembre contra Joe Biden un 46% de respaldo entre hispanos y un 23% entre negros, muy por encima del 32% y el 12% que obtuvo respectivamente entre esos grupos en 2020. Y cualquier voto que arañe puede ser decisivo, especialmente en estados bisagra.
Un cortejo
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Ambos son sectores de población a los que Trump está cortejando en sus discursos. Los retrata como víctimas acentuadas de los costes de la inflación. También, como los más perjudicados por la política de Biden que denuncia como de “frontera abierta” y la llegada de inmigrantes sin papeles ante los que, según decía este jueves, “nuestra población negra e hispana está perdiendo sus trabajos, su vivienda y todo lo que pueden perder”.
En una ciudad santuario y en un barrio con fuertes raíces migrantes, Trump era aplaudido y jaleado cuando prometía “la mayor operación de deportación de la historia” de Estados Unidos o cuando insinuaba que quienes están llegando “están formando un ejército (…) Quieren destruirnos desde dentro”.
“Sabe que tiene gente aquí”
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“Está de vuelta en casa, sabe que tiene gente aquí, mira cuántos hemos venido”, decía en la serpenteante cola para entrar al parque Jay M., un neoyorquino de 38 años y raíces en Puerto Rico e Italia. “Vas a encontrar mucha gente que apoyó a Barack Obama pero que ha despertado. Los latinos han visto lo que hace el comunismo, el socialismo. Y los cuatro años de presidencia de Trump, salvo por el bajón que produjo la pandemia, mostraron lo que puede hacer”, decía.
No siempre los republicanos en Nueva York expresan su apoyo a Trump tan abiertamente como lo hacían este jueves en Crotona, un mar de gorras rojas, camisetas, banderas y todo tipo de ropajes y complementos que clamaban a los cuatro vientos la adoración por el republicano.
Antonio, un joven negro de Brooklyn al que su prometida le animaba inicialmente a no dar su verdadero nombre, decía que “normalmente en Nueva York te acostumbras a no hablar en público de tu apoyo a Trump porque tienes que preocuparte”. Dueño de un negocio de pintura, él aseguraba que en 2020, cuando su rechazo a la vacuna de covid 19 le hizo prestar más atención al republicano y acercarse políticamente a él, empezó a compartir ese apoyo en redes sociales y sufrió “represalias”. “Hubo clientes que cortaron sus negocios de inmediato, otros que dejaron de recomendar mis servicios, discusiones con amigos y familiares…”, afirmaba.
Ahora, no obstante, más negros como él se acercan a Trump y Antonio cree saber por qué. “Los que llevan 80 o 100 años votando demócrata siguen teniendo los mismos problemas. Y las grandes ciudades demócratas gobernadas por demócratas como Detroit, Filadelfia o Baltimore han fracasado, no hay más que pobreza”.
“En 2016 pensaba que Trump era racista pero cambié”, decía por su parte Robi, un enfermero negro de 25 años con raíces dominicanas. “Comparé lo que él decía con lo que los medios de comunicación decían que decía y vi que distorsionaban sus palabras o sacaban frases de contexto. A mí no me importa su personalidad”, continuaba. “Uno está cansado de cómo Biden coge el dinero y lo envía a guerras. Trump quiere la paz”.
No era posible encontrar a nadie que identificara a Trump como la amenaza a la democracia que Biden advierte que representa. Nadie que dijera que tuvo alguna responsabilidad en el asalto al Capitolio. O nadie que diera importancia a las cuatro causas penales que enfrenta y que no hablara, como hace el propio Trump, de una “persecución política en la que Biden está usando al Departamento de Justicia”.
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Después de más de hora y media de discurso, Trump aseguraba que se había planteado si en el Bronx encontraría hostilidad o un buen recibimiento. “Ha sido más que amigable”, concluía, “ha sido un festival de amor”.